Avicena (Ibn Sina): biografía del célebre médico y filósofo

Este seguidor de Aristóteles hizo grandes contribuciones al mundo de la filosofía y la medicina.

Avicena

En el mundo occidental hemos oído mucho hablar de grandes filósofos griegos, como Aristóteles y Platón, además de muchos más modernos como René Descartes, John Locke o Baruch Spinoza.

Todos ellos han contribuido de forma impresionante en el pensamiento mundial, ofreciendo muy interesantes reflexiones sobre los más variados temas de los que podían hablar en sus correspondientes épocas.

¿Quién fue Ibn Sina (Avicena)?

Sin embargo, ya sea por sesgo cultural o por simple descuido, nos olvidamos de que no sólo Occidente ha ofrecido una visión meditada de cómo ver el mundo que nos rodea.

Mientras Europa sufría un momentánea pero a su vez grave pérdida de conocimientos helenísticos, la civilización islámica los guardaba tratándolos como los grandes tesoros que eran, permitiendo ser estudiados por los filósofos de los países musulmanes.

Es aquí en donde entra en escena Ibn Siná, llamado con la palabra latinizada de Avicena, uno de los mayores filósofos islámicos y grandes seguidores del pensamiento aristotélico, quien sentó las bases para la filosofía de personas muy posteriores a su tiempo, como Descartes.

Biografía de Avicena

Veamos la interesante vida de Avicena, conozcamos sus grandes proezas cuando apenas era un niño, además de saber la tensa situación en la que tuvo que vivir, llegando a ser casi un exiliado en su propio país.

Primeros años

Avicena

Avicena, cuyo nombre original era Abū ‘Ali al-Husayn ‘Abd Allah ibn ‘Ali ibn Sinā, nació en Afshana, actual Uzbekistán, en el año 980. Su padre era un funcionario del gobierno regional suní bajo la dinastía de los samánidas en la Gran Khorasán.

Ya desde pequeño, el joven Ibn Siná mostró ciertas fortalezas que se remarcarían en años posteriores. Con tan solo 10 años memorizó todo el Corán, además de aprender aritmética hindú.

En años posteriores estudió la fiqh o derecho islámico bajo la tutela del escolar suní Ismail al-Zahid. Además, tuvo la oportunidad de poder estudiar la Isagoge del filósofo griego Porfirio, los Elementos de Euclides y el Almagesto de Claudio Ptolomeo.

Siendo ya adolescente, tuvo la oportunidad de leer, sin llegar a entender del todo, la Metafísica de Aristóteles. De hecho, Avicena aseguró durante su vida que leyó esta obra más de 40 veces sin llegar a comprender qué quería transmitir el filósofo griego con ella.

A los 16 inició sus estudios en medicina. No únicamente aprendió conocimientos teóricos sobre esta disciplina, sino que además tuvo la oportunidad de inventar nuevos métodos y tratamientos mientras trataba con enfermos.

Cuando cumplió los 18 años de edad, Avicena ya tenía fama de ser buen médico, lo cual le volvió bastante famoso en la Antigua Persia gracias a que, además de atender a infinitud de pacientes, no solía pedir recompensa económica por ello.

Vida adulta

El primer gran hito de Avicena fue el de tratar al emir Nuh II, quien pudo recuperarse en 997 de una grave enfermedad. Como premio, Avicena tuvo acceso a la real biblioteca samánida.

No pudo disfrutar por mucho de su recién ganado privilegio, pues la biblioteca fue incendiada y, por desgracia para Avicena, sus enemigos le acusaron a él de ser el perpetrador del incendio. A la edad de 22 años, Ibn Siná sufrió la pérdida de su padre. Añadido a esto, la dinastía samánida llegó a su fin en 1004.

Debido a ello, se vio obligado a viajar por los territorios persas ante la nueva situación política y los cambios en el régimen. En varias ciudades ejerció como escolar además de poeta, médico, filósofo y estudioso de múltiples campos del saber de la sociedad islámica medieval.

Las rivalidades políticas entre los nuevos líderes de los emiratos persas se cernieron sobre Avicena, quien fue apresado por uno de ellos como acto de venganza y provocación hacia el otro.

Afortunadamente, Avicena logró huir y volver a Isfahan, donde fue recibido cálidamente por el nuevo príncipe de la región.

Últimos años y fallecimiento

La última década de vida del médico persa la pasó sirviendo al gobernante kakuyida Muhammad ibn Rustam Dushmanziyar.

Durante estos años, Avicena fue sufriendo de cólicos cada vez más fuertes, asociados a sus años en los que estaba en constante huída para poder preservar su vida.

Pese a que se le recomendó, a raíz de su nueva enfermedad, mantener un estilo de vida tranquilo, él mismo aseguró, más o menos con estas palabras, que prefería tener una vida corta y activa antes que una larga pero poco emocionante.

Falleció en junio de 1037 en Hamadán, con cincuenta y ocho años.

Obra

La obra de Avicena es muy extensa y abarca temas de lo más variados. Estudió prácticamente de todo lo que se podía encontrar en los países islámicos del Medievo: gramática, mística, música, religión, derecho, geometría… son solo unos pocos de los conocimientos que el célebre filósofo y científico persa abordó.

De entre todos estos temas son destacables sus visiones de la metafísica y también de la psicología que, en cierta manera, supusieron un adelanto para su tiempo, en especial si se relaciona su pensamiento con el de un filósofo muy posterior como lo fue René Descartes.

Metafísica

Para Avicena, la ciencia más noble era la teología. De acuerdo al pensamiento del filósofo, la teología es la disciplina que se encarga del estudio del ser necesario: Dios. El resto de seres no son necesarios, sino contingentes.

Para Avicena, Dios es un ser que es simplísimo, perfectísimo, inefable e inmutable, algo que es único y, por tanto, indivisible y tampoco puede ser multiplicado.

A partir de aquí, y adelantándose al pensamiento cartesiano, Avicena sostiene que Dios no puede concebirse a sí mismo de otra manera más que existiendo.

La noción de ser es la primera que aparece en la mente humana, cuando ya empezamos a preguntarnos desde nuestra infancia el por qué de las cosas. Nos percibimos a nosotros mismos, luego existimos.

Psicología

Avicena fue un notable estudioso del pensamiento aristotélico, es por eso que su visión de la psicología, entendida en un sentido más espiritual, lo lleva al Tratado acerca del Alma de Aristóteles. Avicena entiende el alma como principio de operación de un cuerpo organizado. El alma es la perfección de algo, y ese algo es el propio cuerpo.

No obstante, Avicena se diferencia ligeramente en Aristóteles al concebir una visión un tanto platónica del alma, atribuyéndole prioridad por encima del propio cuerpo.

Para él, esto era así debido a que el cuerpo, independientemente de que exista o no, necesita forzosamente un alma para poder llevar a cabo funciones tan básicas como la nutrición o la interacción, es decir, lo que él llamó ‘actos de vida’.

En su obra, el alma llega a adquirir un papel tan central que llega un momento en el que afirma que el ‘yo’ y el alma son la misma cosa.

También, Avicena consideraba que una persona puede darse cuenta de la existencia de su propia alma de manera intuitiva e inmediata, dado que los seres humanos somos capaces de reflexionar acerca de nosotros mismos, sin necesidad de recurrir a los sentidos para llegar a tal fin.

Como ejemplo, el filósofo explica el caso del hombre volante: si nos imaginamos a un hombre que está volando, sin tocar el suelo, sin ver ni oír, aunque no reciba estimulación sensorial alguna, él sabrá que existe y será consciente de ello.

En la misma línea que el pensamiento aristotélico, Avicena opta por dividir el alma humana en tres especies, en función de las operaciones que lleva a cabo: la vegetativa, la sensitiva y la racional.

El alma vegetativa se encarga de lo más básico en términos fisiológicos, como son la nutrición, la reproducción y el crecimiento. La parte sensitiva se encarga en la percepción y el movimiento, mientras que la tercera está más relacionada con las capacidades cognitivas y la voluntad.

Referencias bibliográficas

  • Adamson, P. & Taylor, R. C. (2005.), The Cambridge Companion to Arabic Philosophy, Cambridge University Press, Cambridge.
  • Bertolacci, A., (2006) The Reception of Aristotle’s Metaphysics in Avicenna’s Kitāb al-Šifā’, Brill, Leiden,.
  • Gutas, D., (1988) Avicenna and the Aristotelian Tradition: Introduction to Reading Avicenna’s Philosophical Works, Brill, Leiden,.
  • Hasse, D. (2000), Avicenna’s De Anima in the Latin West, Warburg Institute, Londres,
  • Wisnovsky, R. (2001.), Aspects of Avicenna, Markus Weiner Press, Princeton.
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