Amaxofobia (miedo a conducir): causas, síntomas y tratamiento

Uno de los miedos más recurrentes en la actualidad. Explicamos sus causas y características.

Amaxofobia

El miedo es una de las emociones básicas y universales del ser humano. Forma parte del bagaje evolutivo con el que todos contamos, forjado a partir de la exposición a situaciones peligrosas a las que nuestra especie debió adaptarse durante milenios.

Nos protege de amenazas que suponen un daño potencial o incluso pueden ocasionar la muerte, aumentando con ello las opciones de sobrevivir y de contribuir a la continuidad de la especie.

Si bien nuestro entorno natural carece de los riesgos de antaño, sigue desplegando ante nosotros un cúmulo de estímulos ante los que las emociones más atávicas se manifiestan de muy diversas formas.

En el presente artículo revisaremos un temor evolutivamente moderno: la amaxofobia. Se trata de un problema que se incluye en la categoría nosológica de las fobias específicas, y que presenta una prevalencia relativamente alta.

¿Qué es la amaxofobia?

En términos generales, la amaxofobia puede describirse como el miedo a conducir. Cuando la persona se encuentra en el interior de su vehículo y procede a manejarlo, se observa un incremento de su actividad fisiológica y una sucesión de pensamientos de signo negativo que incluyen el riesgo de sufrir un accidente grave.

Estos síntomas pueden estar presentes incluso durante los días que preceden al acto de conducir, mediante la anticipación ansiosa de la situación.

A menudo la irrupción de tales sensaciones ocurre tras un periodo en el que la persona podía hacer uso de su vehículo particular sin problemas, habiendo desarrollado la habilidad para circular sin asumir un riesgo objetivo. Por ello es clave diferenciarlo del miedo con el que lidian quienes aún no tienen práctica suficiente para sentirse totalmente cómodos, pues esta seguridad se alcanza con la experiencia y la formación de una serie de automatismos.

Síntomas

Los síntomas son muy parecidos a los de un ataque de pánico, pero con las salvedades de que se presentan únicamente en un contexto y de que pueden ser previstos con antelación (en el trastorno de angustia surgen de manera inesperada).

La intensidad de los episodios es variable, de modo que en los casos leves la persona mantiene su capacidad de conducir (pese a hacerlo soportando su malestar), y en los graves se observa la total imposibilidad de utilizar cualquier medio de transporte.

También existen diferencias cualitativas, esto es, vinculadas a la expresión clínica de cada caso. Por ejemplo, hay personas capaces de usar su vehículo si les acompaña alguien de confianza o si transitan por lugares conocidos (en los que paradójicamente existe un riesgo mayor de sufrir un accidente), mientras que otras experimentan una gran ansiedad ante el sencillo hecho de imaginarse a sí mismas en el asiento del piloto.

Además del temor a esta actividad, cotidiana para un porcentaje elevado de la población, las personas que padecen esta fobia temen que su sintomatología pueda precipitar un desfallecimiento o una pérdida de control con consecuencias catastróficas, desarrollándose lo que se conoce como "miedo al miedo". Y si bien es cierto que muchas se sienten seguras cuando viajan acompañadas, otras refieren un temor todavía más intenso ante la posibilidad de que sus acciones impliquen un perjuicio a terceros.

El intento por frenar los síntomas de ansiedad, oponiéndose con firmeza a ellos cuando se presentan, puede exacerbar el problema. En el caso de resultar infructuoso, se produce un declive de la autoeficacia y la convicción de que en ningún momento se podrá conducir de nuevo, optando por abandonar cualquier posibilidad de retomar la actividad.

Así, con el tiempo, el miedo acaba extendiéndose por un proceso de incubación, dificultando la solución terapéutica y limitando opciones vitales (como encontrar un empleo en el que se necesite un vehículo o el simple hecho de viajar).

¿Por qué sucede? Causas

La amaxofobia, al igual que muchos otros trastornos de la misma familia, suele ser el resultado de una experiencia negativa que se vivió en primera persona.

Así, por ejemplo, es común que una revisión de la historia de vida revele un suceso ominoso ocurrido mientras se conducía, como un accidente de tráfico o algún incidente próximo a provocarlo. En todo caso se percibió como una experiencia muy aversiva, asociada a una emoción intensa que emerge con fiereza al ser recordada.

También es posible que el miedo no surgiera desde una vivencia personal, sino que este se instaurara a partir de lo sucedido a un tercero. Puede ser consecuencia de haber atestiguado un siniestro en el que los viajeros padecieron heridas muy severas o perdieron la vida, por ejemplo, acentuándose en el supuesto de que los implicados fueran conocidos. Se trata, por tanto, del producto de un aprendizaje de tipo observacional o vicario, en el que se pueden distinguir componentes traumáticos.

En otras ocasiones sucede que la persona ha experimentado un ataque de pánico, de forma totalmente casual, mientras conducía. Esto es común en sujetos que atravesaban períodos prolongados de estrés, los cuales acabaron facilitando el escenario en el que tuvo lugar un episodio de ansiedad agudo. En este caso, pese a que realmente no se vivió un hecho traumático, la persona trazó una relación de causa y efecto entre lo que estaba haciendo y la experiencia de hiperactivación (pese a que no existía conexión real entre ellas).

Una vez se ha instaurado el temor a conducir, a través de los mecanismos citados, este se mantiene como resultado de la evitación. De este modo, cada vez que se decide eludir el uso del vehículo emerge una falsa sensación de alivio, a expensas de incrementar el temor para las ocasiones sucesivas en las que se intente recuperar el hábito. Si se mantiene la dinámica, la idea de volver a conducir se torna en apariencia una odisea imposible.

Es importante señalar que el miedo a conducir se acentúa bajo situaciones concretas, como cuando debe producirse un adelantamiento o cuando se accede a lugares densamente transitados, como el centro de las grandes ciudades. También en aquellos tramos de la vía donde el vehículo debe ser usado con una especial precaución, como áreas peatonales o próximas a lugares sensibles (colegios o zonas de tránsito de animales, por ejemplo). Determinadas condiciones climáticas, como la lluvia intensa o la niebla, también contribuyen a enfatizar el miedo.

Tratamientos

El tratamiento psicológico ha demostrado ser eficaz para la amaxofobia. En primer lugar es importante proporcionar información adecuada sobre el problema que la persona presenta, con el propósito de atajar ideas preconcebidas que pudieran limitar su eficacia. Este paso previo es esencial, ya que es frecuente que el trastorno conviva con la creencia profunda de que los síntomas de ansiedad representan un peligro objetivo para la vida.

A partir de este momento pueden articularse tratamientos muy diversos. El más básico de todos ellos es la exposición, el procedimiento más validado para el tratamiento de las fobias específicas. Es posible, no obstante, que la persona no se sienta capaz de desarrollarlo al inicio, por lo que es útil recurrir a una serie de pasos previos que facilitarán el proceso de transición hasta la exposición in vivo.

Pueden usarse técnicas de exposición en imaginación, e incluso la novedosa opción de la realidad virtual, que ha sido ampliamente contrastada en el caso de la amaxofobia. Consiste en el uso de tecnologías inmersivas que simulan una situación de conducción de forma realista, lo que puede proporcionar las primeras experiencias de éxito y aumentar la sensación de control.

Otro recurso útil puede ser la desensibilización sistemática. En este caso, se genera una jerarquía de situaciones temidas asociadas a la conducción (de manera consensuada con el terapeuta), otorgando a cada una de ellas un valor numérico (de cero a cien) según el grado de ansiedad que el paciente les atribuye. Posteriormente pueden recrearse tales ítems en imaginación, siguiendo un orden progresivo que empiece desde el que resulte más soportable y ascenda progresivamente hasta el nivel más alto de la lista.

También cabe la posibilidad de llevar a cabo tratamientos puramente cognitivos, dirigidos a localizar creencias irracionales respecto a la conducción. En términos generales se trata de pensamientos poco objetivos, que tienen escasa utilidad, que provocan emociones desbordantes y que se formulan en términos muy rígidos. La elaboración de autorregistros puede ayudar a buscar alternativas útiles, que de traduzcan en afectos más fácilmente gestionables.

El uso de fármacos para la amaxofobia no está especialmente indicado. Si bien es cierto que pueden reducir la activación fisiológica a través de su capacidad para estimular los receptores de GABA-A, muchos psicólogos defienden que su efecto puede interferir sobre el proceso de habituación requerido para que la exposición tenga la eficacia deseada.

Últimas consideraciones

Si usted padece o cree padecer amaxofobia, no dude en ponerse en contacto con un profesional de la salud mental.

El tratamiento psicológico ha demostrado ser una herramienta muy eficaz para reducir la intensidad del problema, con independencia del tiempo de evolución del mismo.

Referencias bibliográficas

  • Hernández, A. (2017). A Propósito de un Caso: Mindfulness y Terapia Cognitivo Conductual aplicados para el Tratamiento de la Amaxofobia. Revista de Casos Clínicos en Salud Mental, 1, 77-97.
  • Ruíz, J. (2018). Relación entre la Sensibilidad a la Ansiedad y el Miedo a Conducir. Apuntes de Psicología, 36(3), 145-154.
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