La procrastinación, en muchas ocasiones, desencadena dificultades en las personas que la padecen en los diferentes ámbitos de su vida cotidiana. Posponer tareas pendientes puede desencadenar cuadros de estrés y ansiedad. Además, puede afectar en la productividad. En este artículo nos adentraremos en los motivos que nos llevan a procrastinar para poder entender por qué lo hacemos si nos genera tanto malestar. Asimismo, abordaremos diferentes estrategias que nos permitirán hacer frente a dicha situación y, de este modo, mejorar la productividad.
¿Por qué procrastionamos?
Procrastinar se define como el hecho de posponer o retrasar ciertas tareas o actividades de forma intencional e injustificada. Este suceso ocurre a pesar de ser conscientes de las posibles consecuencias negativas que dicha postergación tendrá para nosotros/as. Es un fenómeno complejo dado que posponemos actividades que sabemos que, en algún momento, deberemos realizar y esto, habitualmente, genera culpa. Es decir, se puede caer fácilmente en un «bucle» de malestar: posponemos una tarea, pensamos que debemos hacerla, nos sentimos culpables, nos distraemos, volvemos a postergar…
En términos generales, las tareas o actividades que se postergan están asociadas con pensamientos, emociones o sensaciones desagradables. Por tanto, a corto plazo sentimos una falsa sensación de bienestar o alivio, hasta que aparece la culpa. Podemos afirmar que la procrastinación se origina por diversos factores individuales de entidad emocional y psicológica. Para profundizar más en este sentido, a continuación se exponen algunas de las principales razones que nos llevan a aplazar nuestros quehaceres.
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Perfeccionismo: Establecer metas utópicas es un camino asegurado hacia la frustración y el malestar. Es realmente importante aceptar que la perfección no existe y ajustar los objetivos a la realidad para no abrumarnos antes de empezar. El perfeccionismo puede llevarnos a la parálisis al sentir que nuestro trabajo nunca es suficientemente bueno.
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Miedo al fracaso: En algunas ocasiones, la dificultad para empezar se relaciona con un miedo —sea consciente o no— a que nuestro trabajo no sea suficientemente bueno. Miedo a no estar a la altura de las expectativas propias o ajenas. Pueden aparecer pensamientos parecidos a «mejor no hacerlo que no hacerlo bien».
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Desorganización: La falta de planificación o una mala gestión del tiempo puede llevarnos a sentirnos abrumados/as ante la idea de empezar. Pueden aparecer dudas y malestar relacionados con el hecho de cómo empezar o priorizar las tareas.
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Falta de habilidades o recursos: Sentir que no disponemos de las habilidades o los recursos suficientes para desempeñar la tarea puede, sin duda alguna, llevarnos a postergarla. En este sentido, podemos sentir que nos faltan herramientas personales, profesionales o incluso emocionales.
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Distracciones: La falta de motivación o de interés puede hacer más difícil que empecemos a trabajar en nuestras obligaciones. Es muy probable que busquemos actividades alternativas con las que podamos sentir una recompensa o gratificación de forma inmediata.
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Autocrítica: En la línea del perfeccionismo anteriormente mencionado, si nuestra voz crítica es demasiado exigente con nuestro desempeño, empezar una tarea puede volverse complicado. Expectativas inalcanzables sobre nuestra persona impactan negativamente sobre nuestra autoestima.
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Dificultades emocionales: El hecho de estar viviendo momentos complejos a nivel emocional suele afectar negativamente sobre nuestro desempeño. Indudablemente, si sufrimos elevado estrés o sintomatología ansiosa, por ejemplo, ciertas tareas pueden abrumarnos.
¿Cómo afrontarla y aumentar la productividad?
Este camino puede resultar desafiante, pero se puede conseguir. No a todas las personas les funcionan las mismas técnicas, así que es importante explorar cuáles son adecuadas en cada caso. A continuación se plantean algunas sugerencias que pueden ser de ayuda.
1. Autoconocimiento
Es importante que cada persona pueda entender qué le lleva a procrastinar para entender de qué manera afrontar la situación. No obstante, también es importante conocer otros aspectos como, por ejemplo, en qué momentos del día es mejor nuestro rendimiento.
2. Regulación emocional
Trabajar en poder sostener emociones desagradables como la frustración es de gran ayuda en estos casos. Además, es importante disponer de herramientas que nos ayuden con el manejo del estrés y la ansiedad.
3. Ajuste de metas y objetivos
Ajustar las metas y los objetivos a la realidad es crucial en el proceso. Dividir el proceso en proyectos más pequeños y poner plazos de entrega asumibles es una buena manera de evitar abrumarnos y poder ver el progreso.
4. Eliminar distracciones
Minimizar o eliminar las distracciones también nos será realmente útil. Además, implantar un cambio de perspectiva mediante el cual podamos observar y apreciar las cosas que pueden atraernos de dicha tarea o su completación puede motivarnos.
5. Gestión del tiempo
Establecer rutinas contribuye a una óptima organización. Se pueden establecer tiempos para las diversas tareas a realizar. Además, es importante clasificar las tareas y atender las prioritarias o urgentes primero.
6. Mindfulness
El trabajo con la consciencia plena ha demostrado tener beneficios relacionados con la mejora de la atención. Además, también ayuda a reducir los niveles de estrés, acompañarnos con compasión y respeto e incrementar el conocimiento personal.
7. Establecimiento de límites
A veces nos sentimos desbordados/as por la sobrecarga de trabajo que tenemos. Es importante que podamos tomar consciencia de cuándo no podemos asumir más tareas y lo comuniquemos asertivamente.
8. Ayuda profesional
Si esta situación es realmente compleja para ti, te desborda y las consecuencias impactan a los diferentes ámbitos de tu vida, recuerda que puedes pedir ayuda profesional. Cada persona es diferente y es importante atender las propias necesidades.
